
Silencio.
Él señor llega.
El arcángel sin espada.
Él, un lamento hecho aullido,
con la fuerza de un lobo hambriento
recorriendo su territorio.
Baja volando hasta la ciénega.
Abre su mano
e ilumina el averno,
la misma mano
que te mira con un ojo
y te señala como un cobarde.
Justicia
para los seres de la noche
a quienes bailan
a la suave luz de las velas.
Su paso firme resuena,
eclipsa las mentes
de los aventurados huéspedes
envolviéndola en un llanto
al ver su risa macabra.
Arturo Accio
No hay comentarios:
Publicar un comentario