"Entonces, cuando estuve en casa solo en mi cuarto, cuando hasta la pobre Blanca me retiró el consuelo de su silencio, moví los labios para decir: "Murió. Avellaneda murió" porque
murió es la palabra,
murió es el derrumbe de la vida,
murió viene de adentro, trae la verdadera respiración del dolor,
murió es la desesperación, la nada frígida y total, el abismo sencillo, el abismo. Entonces cuando moví los labios para decir "Murió", entonces vi mi inmunda soledad, eso que habia quedado de mí, que era bien poco. Con todo el egoísmo de que disponía, pensé en mi mismo, en el remendado ansioso que ahora pasaba a ser. Pero ésa era, a la vez, la forma más generosa de pensar en ella, la más total de imaginarla a ella. Porque hasta el 23 de septiembre, a las tres de la tarde, yo tenía mucho más de Avellaneda que de mí. Ella había empezado a entrar en mí, a convertirse en mi, como un río que se mezcla demasiado con el mar, y al fin se vuelve salado como el mar".
Fragmento de
La tregua (1960)
de Mario Benedetti
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