La noche me hace creer que de un momento a otro seré marioneta en su caos... Y aguardo impacientemente. Dentro de ese sepulcral silencio en el que intento estar preparada para ese imprevisto, no puedo dejar de sentir la fuerza de mi sangre, como si fuese un torrente, golpeando el corazón punzantemente.
Tan quieta estoy como la mujer de rostro maternal que yace a mi lado, pero al mismo tiempo me da la impresión que ha sido durante muchas horas todo lo contrario, y que he gritado como loca, y que he sangrado sin dejar de agitarme sobre este mismo lecho, que a ratos parece acogerme y otras abandonarme. Envidio la suerte de quienes ya cerraron sus ojos y ahora se abstraen en un paisaje onírico, han dado la espalda al dolor, a la inseguridad. Me perturba mirar su respiro apacible, como si se fuera entregando a una danza benevolente, mientras voy cayendo, inexorablente, en una furiosa marea.
Quisiera decirle que me acompañe en este viaje, que tengo miedo de ir sola, que seamos dos almas esclavas; (quizá eso alivie un poco lo que siento). Pero tanto hablar como callar me producen un miedo incomprensible. El delirio me hace prisionera de sus inquietantes realidades...
Deseo en su cuerpo hundirme, poseer su alma, invadirme de ese sosiego propio del que nada padece. Dejar de ser yo cuando realice mi cometido. Y tal vez el casi eterno preludio de mi muerte sea solo un recuerdo después; pero apenas puedo tocar con mis lágrimas su cuerpo nada más, y contemplar su belleza pacífica y ajena que muy raras veces fue parte de mis sensaciones.
Aquí mi espíritu y mi carne miserablemente esperan... A que la noche abra su gran fauce y me trague, y me sumerja en su estómago negro como bóveda, en donde ningún alma habita, adonde ningun cuerpo ha llegado.
Mis gritos, esos que atormentados rugen con lágrimas y sangre y latidos, y nadie oye, se desparraman sobre los techos y las cabezas de la gente, techos inertes, gente sin oídos y sin ojos. Bruscos espasmos dominan mi cuerpo, y un súbito calor recorre mis venas, mi frente se va cubriendo por un velo de décimas.
La oscuridad tiene rumor de lamentos y temblores incontrolables, de un cuerpo inmóvil y una boca enmudecida.
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