Todo afuera está en completa calma, tiene algo de languidez el sol y esos, a veces, insoportables rayos que se cuelan por el visillo del comedor. Incluso dentro de la misma casa hay un dejo de insoportable tranquilidad. Si, insoportable... Porque no se condice en absoluto con esta vorágine que se desata en mi mente y mi alma. Un infierno incontrolable se enciende, y en su paso desenfrenado me va quemando por dentro. Mientras que afuera... Afuera hay una especie de cadenciosa benevolencia que agudiza mi estado, y que llega a ser irritante.
¿Cómo puedo acallar una multitud de voces preguntando y respondiendo?. Haz esto, haz lo otro, esto es lo mejor, no, te puedes equivocar, quedate aquí, anda, mejor sale y olvídate. ¡¡Mejor desaparecete!!. Esta última suele ser la más recurrente desición, pero no pasa de ser un atormentador y a la vez aliviante pensamiento. Es cierto que es una contradicción asumirlo, pero es así.
De pronto resulta que la necesidad es más fuerte que la cordura, o incluso la dignidad, y me paro, persigo saciar mi necesidad; que a estas alturas se ha vuelto todo un tormento. Busco dar un vuelco a una retahíla de pensamientos insicivos que carcomen vorazmente el alma, pero mientras me pongo de pie, y avanzo, voy maquinando otras cosas, nuevas preguntas y nuevas respuestas. ¿Será lo correcto?, pero que importa si puede ser la salida a lo que me abruma ahora... ¿Pero si no fuera asi?, y lejos de aliviar la angustia ésta se acrecenta. ¡¿Qué hago?!. Voy. Y a medida que avanzo siento a mi cuerpo caer dentro de aquella vorágine, el dolor espiritual se ramifica hacia la carne, se anuda el pecho, no pasa la respiración, pero es solo cosa de controlarse. Llego hasta el punto donde he puesto mi objetivo, el corazón pareciera desbordarse, pero no, son los nervios, ¡malditos nervios!.
Y luego, sabiendo perfectamente que el asunto de tanta indecición es solo mental, y no por hechos que lo hayan gatillado, puedo respirar con serenidad. Vuelve la calma, y el leve bamboleo de la cortina del comedor es el reflejo de una repentina paz interior, alcanzada unicamente después de decidirme a hacer algo, dejando de lado preguntas y respuestas.
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